Juan Manuel Valdez (a quien en el CBTA apodábamos el Selva) me guio hasta una loma donde yacían los restos de cinco cadáveres. De ellos sólo quedaban las ropas y los huesos ya blanqueados por el sol. Tanta fue nuestra indiferencia (la costumbre cauteriza la capacidad de asombro) que, apuntando hacia los montes de Huírivis, donde pastaban el ganado, me dijo: todo esto lo he hecho gracias a mi esfuerzo y a la tribu yaqui. A los políticos no les debo nada… Bueno –titubeó– casi nada.

Para ilustrarlo, me platicó que una ocasión, cansado y con hambre, llegó a una conocida taquería de la calle Miguel Alemán en Ciudad Obregón. Estaba por terminar de comer cuando en el otro extremo de la mesa se sentaron Eduardo Bours (que entonces era el gobernador de Sonora) y otras tres personas. Lo saludaron y se enfrascaron en lo suyo. Cuando terminó de comer, se despidió de sus circunstanciales acompañantes, se fue a la caja y le dijo a la cajera que Eduardo pagaría lo que se comió… Por eso te digo –concluyó– “yo, a ese cabrón, lo único que le debo son cinco tacos y una cocacola”.

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