¿Qué es más importante, qué va primero, la libertad de expresión o lo políticamente correcto? Viene al caso esta pregunta porque en estos días se han discutido expresiones que se han debatido públicamente desde la perspectiva de lo políticamente correcto. Además, el ánimo del debate es persecutorio y de linchamiento. Es el caso de Mireles, de la piloto de Interjet y de Pedro Salmerón.

Mireles, recurriendo a su bagaje cultural, que es rústico y vulgar, en el marco de su desempeño como delegado del Issste en Michoacán, se refirió a las mujeres que buscan una plaza a través de líderes sindicales, como “pirujas” y “nalguitas”.

Ximena García, piloto de la empresa Interjet, dijo en Facebook que se debería dejar caer una bomba en el Zócalo capitalino. Mostraba así su desacuerdo con el actual gobierno y lo llevaba, en un arrebato, al extremo del “deseo” de matar a cientos de miles de personas seguidoras del Andrés Manuel López Obrador y al Presidente mismo. Aunque del dicho al hecho media un trecho, el dicho muestra el tipo de sentimientos que entre sus pocos adversarios despierta el proyecto del Presidente.

Pedro Salmerón, en su papel de Director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM) hizo una apología de los guerrilleros de la Liga Comunista 23 de septiembre, que en 1973 mataron a Eugenio Garza Sada y los llamó “jóvenes valientes”.

¿Tienen estas personas derecho de emitir su opinión de manera libre y sin censura, aunque hayan sido producto de su estolidez, más que del razonamiento?

Recurro a tres fuentes que privilegian la libertad de expresión sobre lo políticamente correcto:

La primera enmienda a la constitución de los Estados Unidos, haciéndose, quizá, eco de aquella frase en que Don Quijote de la Mancha le dice a Sancho Panza que “La libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra se puede y debe aventurar la vida”, promulga que la libertad de expresión es un derecho tan preciado que le prohíbe al Congreso de aquel país hacer ley alguna que limite esa libertad.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos que, en su artículo 19, dice que “todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.

Por último, está esa famosa frase atribuida a Voltaire, pero que en realidad es de su biógrafa, Evelyn Beatrice Hall (1906, Los amigos de Voltaire), que dice: “Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”. En ella se exalta la libertad de expresión y se convoca a defenderla incluso si no se está de acuerdo con lo que se dice.

No estoy de acuerdo con las expresiones emitidas por Mireles, García y Salmerón. Son en realidad lamentables y a tal extremo incompartibles que resulta un esfuerzo enorme insinuar cualquier tipo de defensa de esas personalidades tan disímbolas.

Sin embargo, la andanada mediática fue tan fuerte que el respetable pedía el cese de Mireles, el despido de García y que Salmerón renunciara y pidiera perdón. A Mireles el Presidente lo mandó a tomar un curso, a García le están analizando su estancia en la empresa y Salmerón pidió perdón y renunció. Antes de ellos, en los tiempos de Peña Nieto, Nicolás Alvarado tuvo que renunciar a Radio UNAM porque dijo que el vestuario de Juan Gabriel era naco.

Mi opinión es que en un puesto, cualquiera que sea, la permanencia de las personas debe estar normada por lo que sepan hacer. Si Mireles comanda bien al Issste en Michoacán (mientras no quiera cobrar en especie a las mueres la atención en esa institución), si Ximena mantiene los aviones en el aire, despega y aterriza sin novedad (mientras no se niegue a trasladar por los aires a los partidarios del Presidente) y si Salmerón es un buen historiador (mientras sea responsable de lo que dice en lo personal y deje a la institución al margen), pues que se queden en su puesto, por mucho que detestemos lo que piensen y digan. Porque al paso que vamos, la sociedad mexicana exigirá, como requisito de permanencia en los puestos, que las personas, además de hacer bien las cosas, digan puras cosas que le endulcen los oídos al respetable.

En las Cámaras federales y estatales hay, con frecuencia, derroche de incorrección y nadie pide el despido de los diputados y senadores. Y está bien, porque se debe privilegiar la libertad de expresión sobre la corrección política que exigen las hordas que campean en las redes sociales, aunque sea deseable y necesaria también un poco de compostura de los actores públicos, sociales y privados.

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