“Considero que el nombramiento de René Juárez Cisneros como nuevo dirigente nacional del PRI es un ominoso acontecimiento. Pienso que esa designación es vaticinio de que el Gobierno y su partido pondrán en ejercicio todos sus recursos -buenos y malos- para ganar la elección de julio a como dé lugar, no importa si para conseguir ese propósito es necesario llegar a la ilegalidad. Quien ahora preside el partido oficial es, en efecto, un priista de viejo cuño, curtido en las prácticas del priismo tradicional y diestro en conseguir los resultados que se esperan de él. El hecho de que el presidente Peña lo ponga al frente del PRI no sólo es muestra de la desesperación del régimen ante el mal rumbo que lleva la campaña de su candidato; es, sobre todo, indicio de que el prigobierno recurrirá a cualquier extremo con tal de no dejar ir el poder. Una decisión así, la de ganar a toda costa, entraña graves riesgos, sobre todo si se toman en cuenta factores tales como el desprestigio del Gobierno y su partido; la beligerancia del movimiento encabezado por López Obrador y la creciente resistencia de la sociedad civil a permitir que se desvirtúe una elección. Los actuales detentadores del poder se sienten perdidos. Y, como dice el proverbio popular, un perdido a todas va. En este caso la designación de René Juárez no es palo de ciego: Es palo de aquél que se dispone a dar más palos. Tanto los partidos opositores del PRI como la ciudadanía deben mantener una actitud vigilante para evitar que el régimen intente torcer la voluntad de los electores. Ciertamente hoy por hoy se antoja muy difícil manipular los resultados de la votación. Pero un Gobierno desesperado es capaz de todo. Y en las actuales circunstancias del País cualquier evidencia de fraude electoral sería de consecuencias trágicas”. (Armando Fuentes Aguirre, Catón).

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