Nos encontramos en Facebook estas divertidas historias contadas por el Charo, uno de los más carrilludos que han vivido en Vícam. Todos fuimos sus víctimas y él aguantaba todo. Por tener un gran valor social e histórico, queremos que quienes no las han leído, puedan hacerlo aquí. le juramos que agarrará buena cura.

Charo 1
15 DE ENERO DEL 2015
RECUERDOS DE LA PLAYA LAS CALAVERAS
En una Semana Santa llegó un joven ingenuo que conocía el mar por primera vez. Con la mano izquierda sobre su frente, tapándose el sol para que no le dé en sus ojos chinguiñosos, exclama: ¡en la madre! Y en forma de pregunta y respuesta a la vez, reafirma mirando el mar,
“sí salen más de veinte pipadas, ¿verdad?”. Al oír eso, soltamos la carcajada y le dimos un poco de carrillita (un poquito, ¿he?). Ese personaje era un tipo que se aventaba unos pedos que parecían de esos cuetes llamados “cebollitas” y dejaba todo el salón impregnado.
No recuerdo su nombre pero le decían el Titipúrgate.

1 DE FEBRERO DEL 2015
Recuerdos de mi querido pueblo y mi juventud. Se trata de una de tantas anécdotas, pero antes de contarla les pido una disculpa si los ofendo o si desconozco si algunos de los personajes ya pelaron gallo, pero sí es así Dios los tenga en su Santa Gloria. Si están vivitos y coleando, en el “buen sentido”, Dios me los bendiga. Pues bien, en una ocasión andábamos yo y mi compa Emilio Mexía, alias el Chihuili, aunque ahora le deben decir el Luz Clarita o el Cíclope, no sé qué más le digan a mi compa. El caso es que andábamos echándonos unas cheves en el troque del Chato Mexía y que se nos ocurre llegar al casino, a seguirla. Era temprano y vendían cheve en la barra, y era para llevar.
Entramos y lo primero que vimos fue al Yuco Orejón hasta el eje, y luego luego nos le sentamos uno de cada lado, yo a su derecha y el Emilio a su izquierda, para darle carrilla. Yo esturaba el brazo y le jalaba la oreja izquierda. El Yuco le echaba chingazos al Chihuili. Emilio hacía lo mismo y le jalaba la oreja derecha y el Yuco me reclamaba a mí.
Así estuvimos buen rato, agarrando cura, hasta que el Yuco se encabronó, se levantó y nos retó a chingazos, pero no le hicimos caso y se volvió a sentar. Nosotros seguimos jalándole las orejas. En eso estábamos y de repente que nos reclama el Topo Molina, el hijo del Satus, y le dijo al Emilio: “Calmate ya, pinchi dientón”, y el Chihuili le contesta: “El burro hablando de orejas”. El Molina se levanta y le dice: “Póntelas conmigo, güey”. Como mi compa Emilio pagaba por pelear, aunque todas las perdiera, se hizo la machaca, se empezaron a tirar sabanazos por todos lados y luego se abrazaron a en las luchas andaban rodando en el agua del piso. El Molina se subió sobre el Emilio y le dice: “Eso querías, güey” y el Chihuili le contestaba que nomás esperara a que lo agarrara. No, pues, la mera cura porque ya ven que cualquier bronquita se hacía un bolón y pues menos llegaba la chota.
El que sí llegó fue el Chato Mexía, el papá de mi compa, y empezó a regañarlo diciéndole, mientras apuntaba con el dedo al Topo: “¿Y esta chingadera te pegó? como eres pendejo, de plano te gustan los chingazos, y además siempre te pegan”. Mi buen Emilio empezó a llorar y el papá lo remató: “No llores, cabrón, que te ves muy feo (¿y cuándo fue bonito?). Órale, pícale pa’ la casa, cabrón.
Total que nos salimos y que llega el Satu (ya estaba la chota, aclaro) y le dicen: “Fíjese que su hijo se peleó”, y el Satu temblando les contesta: “Ya le dijo su mama que no tomara porque siempre se pelea, y luego se ve muy feo tomando (¡Otro hermoso bebé!). Los papás pagaron multa y nos fuimos a seguir pistiando para celebrar que se habían peleado las bellezas del pueblo. Aquí entre nos, dicen que sus mamás les hacían cariñitos con un carricito cuando estaban chiquitos, para no tener que acercarse a ellos porque les daban miedo.
Un saludo y un abrazo para todos.

2 DE FEBRERO DEL 2015
Recuerdos, recuerdos, y qué bellos recuerdos, que si volviera a nacer quisiera vivir otra vez aquellos tiempos hermosos cuando nos íbamos sin permiso de nuestros padres a bañarnos al canal, la torre y la laguna, que eran nuestras piscinas favoritas donde nos bañábamos en puras pelotas pues iba puro bato, y además que no usábamos calzón (andábamos directos). Jugábamos a la roña y la orilla de la laguna y la pila que estaba en el medio eran las bases. ¡Cómo hacíamos ejercicio! Lo hacíamos inconscientemente, sin querer, porque nadábamos mucho y yo pienso que a pesar de nuestra pobreza, con la mala o poca alimentación, todo esto nos ayudó a crecer sanos. Teníamos otras diversiones, como jugar al tacón, al trompo, a las canicas, al balero, al shangai y otros.
El pedo en el canal era que cuando llegaba la chota (la policía), se hacía un desparramadero de bichicoris por todos lados, con la ropa en la mano. Qué chulada de maiz prieto.
Recuerdo que en una ocasión llego la chota y el Cotón, que se llama Alonso Ávalos Navarrete (nada, pescadito) por si no sabían su nombre, siempre llevaba un triciclo y ahí dejaba su ropa porque no sabía que todos los demás la dejábamos en lugares estratégicos para que cuando llegaran los gendarmes pudiéramos salir chicoteados, siempre hacia el lado de las parcelas pues los chotas no podían brincar con la patrulla (además de que nunca traían gasolina… y hasta la flecha). Pues mi Cotón no alcanzó a agarrar su ropa y peló gallo por entre el cártamo. Los chotas se fueron detrás de nosotros aunque en la correteada nomas agarraron como a dos pelados. Al rato, por allá al otro lado de la parcela, nos encontramos todos los bichicoris bien cansados de tanto correr. De repente hubieran visto a mi cotton; la “pasión de cristo” le venía guanga. Llegó todo masacrado por las espinas del cártamo. Le prestamos una camisa y se hizo un taparrabo y así se fue hasta su casa. Casi casi lo siguen los fariseos.

4 DE FEBRERO DEL 2015
Otra de nuestras vagancias, pa’ agarrar cura. Estábamos en la secundaria Lauro Aguirre (¡ayer!, más viejos que el coludo) y de ahí nos cambiaron a la secundaria nueva que se lamó Lázaro Cárdenas, la única que después hubo en Vícam. Pues llegamos estrenando todo, desde la dirección, las aulas, los mesabancos o butacas, los pizarrones, hasta los sanitarios. El director era el profe Juan Partida, alias “el Polacas”.
Para algunos de nosotros, algunas cosas eran nuevas, como por ejemplo los mingitorios de los baños. Un día entramos varios al baño y estaba un compañero sentado en un mingitorio haciendo popó. Estaba colorado, colorado, pero no por hacer esfuerzo para hacer, sino para detenerse arriba del mingitorio porque tenía las uñas de las manos clavadas en el cemento de la pared, los tacones de los zapatos gastados de tanto tallarlos de arriba a abajo sobre la pared.
Total que soltamos las carcajadas, burlescas debo decir, y el carrillón no se hizo esperar. La mera cura. Y que el compañero se baja bien cansado, pues no pudo hacer el pobre y después no se la acababa. Ojala todavía ande por ahí mi buen amigo Esteban Amador, alias el Cebú, a quien le mando un abrazote.
Ok, ahi’tamos, como decimos en Sonora.

6 DE FEBRERO DEL 2015
Hola amigos, buenos días, Dios los bendiga. Hoy les voy a contar otra de mis travesuras, y esta fue por falta de conocimientos. Este es para puras personas con conocimiento de causas.
Esta se llama la del “cinco litros”. Yo creo que estaba como en cuarto o quinto grado de primaria, no recuerdo muy bien, pero iba por la mañana a clases y cuando salía, comía (cuando había) y luego me iba a limpiar vidrios a la gasolinera que estaba del otro lado de la carretera (hoy en ruinas), en lo que ahora es la cocina de los “road bloker” (o los que bloquean la carretera).
Bueno, pues llego un bato en un troque cargado de trigo, echó gasolina y le dio tantito al troque para delante; luego se bajó, abrió el cofre y me dijo muy mamón, con muchos destos, lo recuerdo bien, “morro, échale agua”. Luego se metió al restaurante. Yo agarré uno de aquellos botes de 5 litros donde venía el aceite y lo llené de agua, le quité el tapón y se la eché. Como vi que no se llenaba, traje 5 litros más. “Ah, cabrón –me dije– este no traía nada de agua”. Y que me voy por otros 5 litros más. Cuando regresé con el agua me preguntó el señor que despachaba la gasolina que si qué andaba haciendo y yo le dije que echándole agua al troque. Me acompañó y cuando estuvo frente al que le quita el tapón al radiador (¡Plop!, díjeme yo, como el Condorito). En eso llega otro carro y el señor se va echarle gasolina y pues yo, que ya había visto por dónde era, le eché agua al radiador. Eso sí, no agarró más de medio bote, unos dos litros y medio).
Le puse los tapones, uno al aceite, al que le había echado unos 10 litros de agua, y el otro al radiador, que era donde tenía que haberla echado. Cerré el cofre de volada y espere al bato para que me diera mi propina (todavía, después de todo). El güey salió y sin pelarme se subió al troque y se fue.
Me quede agüitado por lo de la propina, pero le había convertido el troque en anfibio.

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