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Un ciudadano amargado

Un ciudadano amargado
No se ha exagerado el valor de la bilis,
y nada conserva tanto como un cocimiento de misantropía.
“El placer de odiar”, William Hazlitt
No es que la busque ahí, pero salgo a la calle y no encuentro dignidad. La fealdad y la mentira me rodean. En los postes, la televisión, las estaciones de radio, los anuncios, las pláticas informales: por todos lados asoma y acecha la misma enfermedad: la vulgaridad de la repetición. Estoy cansado de lo que veo y escucho. Para cualquier persona inteligente los costosos intentos de persuasión son un insulto. Me siento como si estuviera en una sala de espera donde todo me resultara inquietantemente falso, como si los sillones, las paredes y los cuadros fueran parte de una escenografía cuya finalidad es ocultar la cárcel mal decorada que hay abajo. ¿Qué los orilló a pensar que quería ver sus rostros sonrientes y amplificados cada diez pasos que doy? Me causan algo que no sería exagerado calificar como repugnancia o enfermedad. Su presencia reiterada, o el significado de esa presencia reiterada, ha hecho que esta sentencia del gran Baudelaire sea hoy más que nunca verdadera: “Todos llevamos el espíritu republicano en la sangre como tenemos la sífilis en los huesos; estamos infectados democráticamente y sifilíticamente”. La enfermedad ciudadana parece incurable.
De estas cosas que me molestan, la que menos soporto es la facilidad con que todos manifiestan su buen corazón, su proceder benéfico y desinteresado. Cada uno es mejor que el otro. Es un fenómeno generalizado en el que los que más se ufanan de pertenecer al lado maniqueo del bien son en realidad los torvos y perversos. Me pregunto si quienes tienen acceso a los medios para difundir su propia bondad y la de sus clanes están convencidos de las palabras que dicen. “No es nunca excusable ser malvado, pero hay cierto mérito en saber que se es; y el más irreparable de los vicios es hacer mal por tontería”, escribió Baudelaire. Prefiero a un cínico que a un mustio, pero no soporto a quien se cree único dueño del bien. Debo decir, si quiero ser más preciso en la denuncia de mis malestares, que de las buenas intenciones propagadas a los cuatro vientos por esas personalidades que han invadido y saturado la vida cotidiana hasta producir en mí el mayor de los hartazgos, la que más me repugna, la que más desencadena en mí una burla desencajada es la sospechosa preocupación por esa entelequia llamada “el bienestar nacional”. No dudo que esos rostros (y lo que hay detrás de ellos: grupos, asociaciones, negocios, pactos, dinero…) amen a este país. Lo aman y compiten por cuidarlo. Su interés, compromiso y cariño son proporcionales a las utilidades que calculan obtener en su administración. El amor es poder. Y desde donde me encuentro parece que la mayoría de ellos tienen el poder para arruinarnos.
¿No sería más digno confesar de una vez por todas la mala leche? Es mejor, para reivindicar el verdadero amor, decir, como lo hizo José Emilio Pacheco en su ya clásico y muchas veces citado poema “Alta traición”: “No amo mi patria. /Su fulgor abstracto /es inasible”. ¿Cómo amar a este país? Un país que en su mayor parte está lleno de pobreza, de ignorancia, de corrupción, de violencia. Un país deforestado, sin agua, contaminado hasta el último cabello. No es vergonzoso odiar: “Dicen que Dios odiaba en acto, /que se odiaba con la fuerza /de los infinitos leones azules /del cosmos; /que se odiaba /para existir”, escribió Eduardo Lizalde.
Yo odio, por dar un ejemplo, la fealdad desconcertante de las ciudades mexicanas. ¿Hay cosa más horripilante y siniestra que los suburbios de este país (Chimalhuacán, las afueras de Tijuana, la zona cercana a los esteros de Mazatlán…)? Me refiero al paisaje. Al recordar la queja que hace Thomas Bernhard acerca de Salzburgo, una de las ciudades más hermosas del mundo (“la arquitectura salzburguesa, que en esas condiciones produce unos efectos cada vez más devastadores en la constitución de las personas”), no me imagino siquiera los efectos negativos que pueden provocar el urbanismo improvisado y las construcciones que dominan la vista cuando uno recorre esas feas extensiones urbanas que menciono.
Cualquiera puede pensar que soy un adinerado que, desde su residencia de lujo, odia los lugares feos. Nada más alejado de la realidad. Lo digo sin orgullo: no tengo dinero y odio mi pobreza casi en la misma medida que odiaría la riqueza si la tuviera. Los que cultivan el odio cosechan la clarividencia. Se necesita estar ciego para amar el parque de la esquina en su condición actual de basurero sin árboles. ¿Soy una mala persona por aborrecer las ratas que veo por las noches en el edificio donde vivo?  ¿Por qué negar que nuestra colonia, pueblo, ciudad o país no es tan bello ni grande como nos han hecho pensar? En la vida pública mexicana hace falta una personalidad como la de Bernhard que diga  de México, como él lo hizo de su ciudad austriaca, que “La belleza de ese lugar y de ese paisaje, de la que habla todo el mundo, y de hecho continuamente y siempre sólo de la forma más irreflexiva, es precisamente ese elemento mortal en ese suelo de muerte”. El problema es la chabacanería: se vive mal y se muestra siempre una sonrisa. Si la relación de amor ciego que se tiene con el país es la misma que se practica en la vida privada amorosa, quiere decir que somos como esos ridículos amantes cursis que de pronto se preguntan por qué han sido engañados. En verdad felicito a los que aman su patria: templanza y misericordia para ellos. Yo me quedo con lo que, en el ámbito literario, Geney Beltrán Félix dijo: “México, hoy lo sabemos, es eso: una ficción pétrea, malograda, inútil. Olvidable”.
***
Releo lo que he escrito y me inquieta haber concentrado mi ataque en este pobre país. Que nadie piense que no agradezco dos cosas: el poseer una nacionalidad y, sobre todo, el tener la lúcida libertad para renegar de ella. De México puedo decir, parafraseando a Bernhard, que “todo lo que hay en mi interior (y en mi exterior) viene de él, y yo y el país somos una relación  perpetua, inseparable, aunque también horrible”. Quien no aborrece algo, está muerto. Dijo Eduardo Lizalde: “El odio es la sola prueba indudable /de existencia”, “Nacen del odio, mundos, /óleos perfectísimos, revoluciones, /tabacos excelentes”. En un hombre sin odio “queda –diría Borges- la central e incurable futilidad de todo ser humano”. Es comprensible, pues, que yo salga a la calle y me enoje y maldiga al ver y escuchar tantas promesas extravagantes, tantos engaños. Es comprensible que no me guste mi país.  Es comprensible que, como yo, existan en el mundo cientos, miles, millones de ciudadanos amargados. Nada es más torpe que un individuo optimista y crédulo.
Por

Por Diego Enrique Rodríguez Landeros

Foto 27

En estos días de ingrato bombardeo de propaganda electoral, leer el artículo que en la página 11 de la edición impresa de este junio publica Diego Enrique Rodríguez es hacerse de argumentos para reconfortarse en sus sentimientos de odio hacia todo aquello que le parece odioso. Además, lo invitamos a visitar el blog de este joven escritor (traslaciondecabotaje.blogspot.com).  La foto que ilustra el artículo es de Armando Sánchez.

No se ha exagerado el valor de la bilis,

y nada conserva tanto como un cocimiento de misantropía.

“El placer de odiar”, William Hazlitt

No es que la busque ahí, pero salgo a la calle y no encuentro dignidad. La fealdad y la mentira me rodean. En los postes, la televisión, las estaciones de radio, los anuncios, las pláticas informales: por todos lados asoma y acecha la misma enfermedad: la vulgaridad de la repetición. Estoy cansado de lo que veo y escucho. Para cualquier persona inteligente los costosos intentos de persuasión son un insulto. Me siento como si estuviera en una sala de espera donde todo me resultara inquietantemente falso, como si los sillones, las paredes y los cuadros fueran parte de una escenografía cuya finalidad es ocultar la cárcel mal decorada que hay abajo. ¿Qué los orilló a pensar que quería ver sus rostros sonrientes y amplificados cada diez pasos que doy? Me causan algo que no sería exagerado calificar como repugnancia o enfermedad. Su presencia reiterada, o el significado de esa presencia reiterada, ha hecho que esta sentencia del gran Baudelaire sea hoy más que nunca verdadera: “Todos llevamos el espíritu republicano en la sangre como tenemos la sífilis en los huesos; estamos infectados democráticamente y sifilíticamente”. La enfermedad ciudadana parece incurable.

De estas cosas que me molestan, la que menos soporto es la facilidad con que todos manifiestan su buen corazón, su proceder benéfico y desinteresado. Cada uno es mejor que el otro. Es un fenómeno generalizado en el que los que más se ufanan de pertenecer al lado maniqueo del bien son en realidad los torvos y perversos. Me pregunto si quienes tienen acceso a los medios para difundir su propia bondad y la de sus clanes están convencidos de las palabras que dicen. “No es nunca excusable ser malvado, pero hay cierto mérito en saber que se es; y el más irreparable de los vicios es hacer mal por tontería”, escribió Baudelaire. Prefiero a un cínico que a un mustio, pero no soporto a quien se cree único dueño del bien. Debo decir, si quiero ser más preciso en la denuncia de mis malestares, que de las buenas intenciones propagadas a los cuatro vientos por esas personalidades que han invadido y saturado la vida cotidiana hasta producir en mí el mayor de los hartazgos, la que más me repugna, la que más desencadena en mí una burla desencajada es la sospechosa preocupación por esa entelequia llamada “el bienestar nacional”. No dudo que esos rostros (y lo que hay detrás de ellos: grupos, asociaciones, negocios, pactos, dinero…) amen a este país. Lo aman y compiten por cuidarlo. Su interés, compromiso y cariño son proporcionales a las utilidades que calculan obtener en su administración. El amor es poder. Y desde donde me encuentro parece que la mayoría de ellos tienen el poder para arruinarnos.

¿No sería más digno confesar de una vez por todas la mala leche? Es mejor, para reivindicar el verdadero amor, decir, como lo hizo José Emilio Pacheco en su ya clásico y muchas veces citado poema “Alta traición”: “No amo mi patria. /Su fulgor abstracto /es inasible”. ¿Cómo amar a este país? Un país que en su mayor parte está lleno de pobreza, de ignorancia, de corrupción, de violencia. Un país deforestado, sin agua, contaminado hasta el último cabello. No es vergonzoso odiar: “Dicen que Dios odiaba en acto, /que se odiaba con la fuerza /de los infinitos leones azules /del cosmos; /que se odiaba /para existir”, escribió Eduardo Lizalde.

Yo odio, por dar un ejemplo, la fealdad desconcertante de las ciudades mexicanas. ¿Hay cosa más horripilante y siniestra que los suburbios de este país (Chimalhuacán, las afueras de Tijuana, la zona cercana a los esteros de Mazatlán…)? Me refiero al paisaje. Al recordar la queja que hace Thomas Bernhard acerca de Salzburgo, una de las ciudades más hermosas del mundo (“la arquitectura salzburguesa, que en esas condiciones produce unos efectos cada vez más devastadores en la constitución de las personas”), no me imagino siquiera los efectos negativos que pueden provocar el urbanismo improvisado y las construcciones que dominan la vista cuando uno recorre esas feas extensiones urbanas que menciono.

Cualquiera puede pensar que soy un adinerado que, desde su residencia de lujo, odia los lugares feos. Nada más alejado de la realidad. Lo digo sin orgullo: no tengo dinero y odio mi pobreza casi en la misma medida que odiaría la riqueza si la tuviera. Los que cultivan el odio cosechan la clarividencia. Se necesita estar ciego para amar el parque de la esquina en su condición actual de basurero sin árboles. ¿Soy una mala persona por aborrecer las ratas que veo por las noches en el edificio donde vivo?  ¿Por qué negar que nuestra colonia, pueblo, ciudad o país no es tan bello ni grande como nos han hecho pensar? En la vida pública mexicana hace falta una personalidad como la de Bernhard que diga  de México, como él lo hizo de su ciudad austriaca, que “La belleza de ese lugar y de ese paisaje, de la que habla todo el mundo, y de hecho continuamente y siempre sólo de la forma más irreflexiva, es precisamente ese elemento mortal en ese suelo de muerte”. El problema es la chabacanería: se vive mal y se muestra siempre una sonrisa. Si la relación de amor ciego que se tiene con el país es la misma que se practica en la vida privada amorosa, quiere decir que somos como esos ridículos amantes cursis que de pronto se preguntan por qué han sido engañados. En verdad felicito a los que aman su patria: templanza y misericordia para ellos. Yo me quedo con lo que, en el ámbito literario, Geney Beltrán Félix dijo: “México, hoy lo sabemos, es eso: una ficción pétrea, malograda, inútil. Olvidable”.

***

Releo lo que he escrito y me inquieta haber concentrado mi ataque en este pobre país. Que nadie piense que no agradezco dos cosas: el poseer una nacionalidad y, sobre todo, el tener la lúcida libertad para renegar de ella. De México puedo decir, parafraseando a Bernhard, que “todo lo que hay en mi interior (y en mi exterior) viene de él, y yo y el país somos una relación  perpetua, inseparable, aunque también horrible”. Quien no aborrece algo, está muerto. Dijo Eduardo Lizalde: “El odio es la sola prueba indudable /de existencia”, “Nacen del odio, mundos, /óleos perfectísimos, revoluciones, /tabacos excelentes”. En un hombre sin odio “queda –diría Borges- la central e incurable futilidad de todo ser humano”. Es comprensible, pues, que yo salga a la calle y me enoje y maldiga al ver y escuchar tantas promesas extravagantes, tantos engaños. Es comprensible que no me guste mi país.  Es comprensible que, como yo, existan en el mundo cientos, miles, millones de ciudadanos amargados. Nada es más torpe que un individuo optimista y crédulo.

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8 comentarios

  1. Horacio Munguía

    Pues yo creía que en vicamswitch no cabían las expresiones de odio…aunque estén calladamente compartidas por mucha gente.

  2. Alejandro Valenzuela

    Lo que me parece, mi querido Horacio, es que te perdiste el fino tramado literario del artículo de Diego. Y fíjate quela virtud del Vícam Switch es que en él caben todas las expresiones y todos los sentimientos, hasta los de odio. Porque habrás de reconocer que el odio, como la mentira, es algo muy necesario porque sin él el alma humana estallaría como una olla de presión. ¿No crees?

  3. Tito Corbera

    Hola. Desde tierras asoladas por la sequia como chihuahua les mando un saludo . No tenia manera para perpetuar mi odio o al menos hacerlo manifiesto sin que se pensara de mi como un ser que no pudiera cuadrar plenamente en la sociedad , por que presisamente tenia miedo que se me considerara un “CIUDADANO AMARGADO” . Es evidente que las personas que aman al pais escudandose en la politica en una competicion feroz, desleal, atroz ; Ciertamente calculan las canongias a obtener y quiero recalcar las palabras de diego a quien empieso a admirar en gran manera: (Su interes, compromiso y cariño son proporcionales a las utilidades que calculan obtener en su administracion ) Que palabras tan precisas para poner de manifiesto a las personas que pretenden velar por nuestros intereses, mire nomas que caritativos que se preocupan por los demas , que luchan por un pais mejor, y casi tendrian la desfachates de decirnos que aman al projimo como a si mismos. Si y para que negarlo han embellecido al pais pero en sus ranchos , en sus residencias o en sus complejos turisticos. A caray por lo que veo y me autoanalizo cuanta amargura y frustracion traigo adentro , de ver a mi comunidad mi municipio mi estado y por que no decirlo mi pais inmerso en la ignominia hasta el cuello en el fango, por la lucha sanguinaria de arrancarle los intestinos de dejarlo en puros cueros de esa clase elitista mal llamada clase politica . En dos cosas seremos coicidentes diego Diego y no me dejaras mentir 1.-somos dos ciudadanos amargados y 2.-tenemos el privilegio de haber pisado o tal vez nacidos en tierra sonorense especificamente “viqueña” donde tambien se han vulnerado sus entrañas por el olvido de quien hoy por hoy la gobiernan y que no tardan en visitarla nuevamente por el tesoro mas preciado para ellos el voto.Y contrastando con mi adio acerrimo , quiero despedirme con las palabras de un profeta biblico de la antiguedad llamado jeremias ” MALDITO EL HOMBRE QUE CONFIA EN EL HOMBRE , POR QUE A ESTE NO LE PERTENECE SU CAMINO , NI SIQUIERA DIRIGIR EL PASO QUE ESTA DANDO “

  4. Horacio Munguía

    Estimado Alex, claro que si me di cuenta de la finura literaria de Diego. Y es más: comparto, por momentos, su odio. Quizás sea una provocación literaria para llamar la atención. Pero, a mi entender, parte de la labor de un medio como Vicam Switch es sembrar el optimismo y la actitud positiva de los lectores, sin dejar de ser objetivos. Para los desahogos, ahí está Twiteer, Facebook, etc, aunque sean desahogos finos, literarios. Queremos construir un México mejor y, supongo, un Vícam mejor. Me pregunto si alguno de tus lectores te manda un artículo afirmando que odia a Vícam se lo publicarían. Supongo que no, aunque viniera firmado Gabriel García Márquez (a no ser que VicamSwitch fuera un periódico dedicado a la literatura).

    Te mando un saludo,

    Horacio

  5. benjamin felix

    Un saludo cordial a mi amigo y vecino viqueño Tito corvera, ya que en nuestra infancia y temprana juventud compartimos, junto con su hermano Daniel y sus hemanas y por supuesto su entrañable madre Doña Anita, ese espacio físico al vivir en la misma cuadra, con un extenso baldío de por medio donde la chavalada del barrio retozábamos para gozar de los mas diversos juegos como el beisbol,(y su variante más austera; el carro), el futbol y hasta a los bandidos.
    Qué lejanos se sienten esos calurósos días de verano cuando para refrescarnos teníamos el privilegio de tener a la mano el fresco remanzo del canal y de la laguna.
    Lo anterior viene a cuento ya que en el artículo se cuestiona el asunto de la ciudadanía y el nacionalismo, al respecto y después de recorrer a cabalidad la república y un puñado de países y disfrutar de la belleza de las ciudades mexicanas y del extranjero. Cuando tengo la fortuna de regresar a mi pueblo no dejo de sentir las mariposas en el estómago que me provoca la emoción al acercarme a Vícam. Qué provoca esa emoción me pregunto? si como bien dice el Teco; “Vícam está feo, pero tiene buen lejos”, seguramente tiene que ver con el recuerdo de esos primeros días, de nuestros padres, nuestra familia y los amigos.
    Sin embargo lo anterior no impide plantearme que a final de cuentas las fronteras políticas no son más que eso; políticas y por lo tanto creadas por la sociedad para definir territorios de control político, económico y social y que no tiene que ver con nuestra condición de seres humanos que habitamos esta gran roca viajera llamada Tierra. Por ello creo que el autor tiene plena razón en cuestionar el sentimiento de la nacionalidad ya que a final de cuentas y aún más en estos tiempos, con el desarrollo de las comunicaciones y lo que viene, dejamos de ser un poco menos viqueños para irnos convertiendo paulatinamente en ciudadanos del mundo.

  6. Rubí Edith Landeros Pineda

    Me parece una desgracia que al parecer no hayan entendido el sentido crítico del artículo de Diego. Y sí, efectivamente tiene un claro matiz literario, pero que necesidad tiene este excelente medio de comunicación si sólo se remitiera a artículos rígidos, adustos y planos.
    Un aplauso para Diego por su maravillosa manera de plantearnos
    una realidad.

  7. Tito Corbera

    MI QUERIDO BENJA RECORDAR ES VIVIR UN FUERTE ABRAZO PARA TODA TU APRECIABLE FAMILIA, DONDE QUIERA QUE ESTEN . Y QUE BUENO QUE CONTAMOS CON ESTE ESPACIO PARA PARA ACRECENTAR NUESTRO ACERVO CULTURAL Y DIRIMIR NUESTRAS DIFERENCIAS POLITICAS O SOCIALES Y POR QUE NO HABRIAMOS DE DECIRLO PERSONAS COMO DIEGO ENRIQUECEN EL VICAM SWITCH CON SU ATINGENTE Y FINO MATIZ LITERARIO . ENHORABUENA TECO Y A TU EQUIPO NO ME RESTA MAS QUE AGRADECERLES EL QUE LE DEN VIDA A ESTE PERIODICUCHO COMO LE LLLAMAN ALGUNOS YA QUE POR MEDIO DE EL NOS ENLAZAMOS CON NUESTROS AMIGOS DE LA INFANCIA.

  8. DELIA CASTRO HUERTA

    saludos para todos los que creamos en la democracia Y en mexico,vamos por OBRADOR EN EL CREO COMO EN MI PAIS.

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